Seca tus ojos… y vamos a casa.
Watchmen. Alan Moore.
Las victorias militares trastornan a las
mujeres, solía decir el Pasiego. Las excitan, las emocionan, las empujan a
lanzarse entre los brazos del primer soldado joven que encuentran por la calle…
La primera vez que le escuché estábamos juntos, de guardia, liando un pitillo
para matar el tiempo. Las derrotas también las trastornan, no creas, prosiguió
con su voz grave, reflexiva, de profesor de instituto, también las excitan,
pero de otra manera. Entonces ceden a la tentación de crear algo, de tener algo
que recordar, de triunfar sobre el enemigo siendo felices unos minutos, entre
los brazos de un desconocido. Ahora que lo mejor de todo, es la clandestinidad.
Eso sí que las vuelve locas. Entrar en una casa sudando, con el miedo pintado
en la cara, la cabeza vuelta hacia la calle, los pasos de los policías
perdiéndose a lo lejos… Eso no falla. No
se resisten ni cinco minutos. Y es que no hay vida como la clandestinidad, mira
lo que te digo. Ni tan mala ni, sobre todo, tan buena.
Inés y la alegría. Almudena Grandes.
Pero yo no quiero la comodidad. Yo quiero a Dios, quiero la
poesía, quiero el verdadero riesgo, quiero la libertad, quiero la bondad.
Quiero el pecado.
Un mundo feliz. Aldous Huxley.
Patrick
Henry Roark. San Patricio. Pudo ser presidente de Estados Unidos pero
prefirió la iglesia y se ha convertido en el hombre más poderoso del estado. Ha
tumbado políticos y ha colocado al inútil de su hermano como senador. Ahora va
a morir en nombre de una puta muerta. Ya me he hecho a la idea, y cada vez me
gusta más.
Sin City. Frank Miller.
En una lúgubre noche de noviembre llegué al término de mis
esfuerzos. Con una ansiedad agónica, dispuse a mi alrededor los instrumentos
que me permitieron infundir una chispa vital a aquel ser muerto, que yacía a
mis pies.
Era la una de la mañana y mi candil estaba casi consumido cuando gracias a su tenue resplandor contemplé como los ojos amarillentos de mi obra comenzaban a abrirse, al mismo tiempo que inspiraba profundamente. Un movimiento compulsivo hizo mover sus extremidades.
Era la una de la mañana y mi candil estaba casi consumido cuando gracias a su tenue resplandor contemplé como los ojos amarillentos de mi obra comenzaban a abrirse, al mismo tiempo que inspiraba profundamente. Un movimiento compulsivo hizo mover sus extremidades.
Frankenstein. Mary Shelley.
Eres mío. Eres mío igual que yo soy tuya. Si tenemos que morir, moriremos. Todos los hombres mueren, Jon Nieve. Pero antes vamos a vivir.
Canción de Hielo y Fuego. George R. R. Martin.
Creía ver y no veía nada, creía saber y lo desconocía todo,
creía tener experiencia con las mujeres y era mentira, si me hubiera muerto sin
encontrar a Susana no habría sabido nunca lo que era desear de verdad y disfrutar
con una mujer. Le parecerá vulgar, o impropio, pero es cierto, y no sé
decírselo ni a ella, me da vergüenza, le juro que yo no sabía que eso pudiera ser así, tan dulce y tan fuerte,
tan fácil, y perdone que haya venido a contarle un adulterio, a contárselo y no
a confesarme ni a pedir que usted me absuelva. No siento dolor de corazón, como decían
ustedes, ni tengo propósito de enmienda.
Plenilunio. Antonio Muñoz Molina.