lunes, 23 de abril de 2012

Hay otros mundos, pero son de papel

ven… seca tus ojos, porque eres vida, más rara que un quark e impredecible más allá de los sueños de Heisenberg, la arcilla en que las fuerzas que modelan las cosas dejan sus huellas.
Seca tus ojos… y vamos a casa.


Watchmen. Alan Moore.


Las victorias militares trastornan a las mujeres, solía decir el Pasiego. Las excitan, las emocionan, las empujan a lanzarse entre los brazos del primer soldado joven que encuentran por la calle… La primera vez que le escuché estábamos juntos, de guardia, liando un pitillo para matar el tiempo. Las derrotas también las trastornan, no creas, prosiguió con su voz grave, reflexiva, de profesor de instituto, también las excitan, pero de otra manera. Entonces ceden a la tentación de crear algo, de tener algo que recordar, de triunfar sobre el enemigo siendo felices unos minutos, entre los brazos de un desconocido. Ahora que lo mejor de todo, es la clandestinidad. Eso sí que las vuelve locas. Entrar en una casa sudando, con el miedo pintado en la cara, la cabeza vuelta hacia la calle, los pasos de los policías perdiéndose a lo lejos… Eso no falla. No se resisten ni cinco minutos. Y es que no hay vida como la clandestinidad, mira lo que te digo. Ni tan mala ni, sobre todo, tan buena.

Inés y la alegría. Almudena Grandes.


Pero yo no quiero la comodidad. Yo quiero a Dios, quiero la poesía, quiero el verdadero riesgo, quiero la libertad, quiero la bondad. Quiero el pecado.

Un mundo feliz. Aldous Huxley.


Patrick Henry Roark. San Patricio. Pudo ser presidente de Estados Unidos pero prefirió la iglesia y se ha convertido en el hombre más poderoso del estado. Ha tumbado políticos y ha colocado al inútil de su hermano como senador. Ahora va a morir en nombre de una puta muerta. Ya me he hecho a la idea, y cada vez me gusta más.

Sin City. Frank Miller.


En una lúgubre noche de noviembre llegué al término de mis esfuerzos. Con una ansiedad agónica, dispuse a mi alrededor los instrumentos que me permitieron infundir una chispa vital a aquel ser muerto, que yacía a mis pies.
Era la una de la mañana y mi candil estaba casi consumido cuando gracias a su tenue resplandor contemplé como los ojos amarillentos de mi obra comenzaban a abrirse, al mismo tiempo que inspiraba profundamente. Un movimiento compulsivo hizo mover sus extremidades.

Frankenstein. Mary Shelley.


Eres mío. Eres mío igual que yo soy tuya. Si tenemos que morir, moriremos. Todos los hombres mueren, Jon Nieve. Pero antes vamos a vivir.

Canción de Hielo y Fuego. George R. R. Martin.


Creía ver y no veía nada, creía saber y lo desconocía todo, creía tener experiencia con las mujeres y era mentira, si me hubiera muerto sin encontrar a Susana no habría sabido nunca lo que era desear de verdad y disfrutar con una mujer. Le parecerá vulgar, o impropio, pero es cierto, y no sé decírselo ni a ella, me da vergüenza, le juro que yo no sabía que  eso pudiera ser así, tan dulce y tan fuerte, tan fácil, y perdone que haya venido a contarle un adulterio, a contárselo y no a confesarme ni a pedir que usted me absuelva.  No siento dolor de corazón, como decían ustedes, ni tengo propósito de enmienda.

Plenilunio. Antonio Muñoz Molina.

viernes, 20 de abril de 2012

Tal flor de luz sobre las palmas

El primer año de carrera tuve como profesor a un conocido (por estos lares) columnista y crítico de cine. Sus clases fueron mis favoritas de ese curso (siempre me parecieron mejores que sus artículos, la verdad). Un día nos dijo que Sevilla, para lo bueno y para lo malo, era la ciudad más pasional que había conocido. Estoy de acuerdo. Y en esta época, aún más.

Sevilla en primavera es pasión. Es pisar la calle y sentirte un poco más vivo. Son los olores, son los colores. Es... otra cosa. Y si encima, por esas casualidades de la vida, te enamoras, eso ya es casi insoportable. El amor en la Sevilla primaveral puede ser algo difícil de controlar para un corazón inexperto. Quien lo probó lo sabe. 

Y eso que yo soy un sevillano un tanto atípico. Ni capillita ni feriante, dos de las grandes pasiones de esta ciudad. De hecho, muchas veces odio vivir aquí. Pero claro, ahora se sienta uno un rato en la Plaza de Doña Elvira, o pasa por el Altozano al atardecer, o se toma unas cervezas en El Salvador, en mangas cortas mientras medio país todavía usa bufanda y, bueno, entiende un poco ese chovinismo tan sevillano. Luego llega julio con sus 39 grados y vuelvo a querer mudarme a Oslo, por supuesto, pero, durante el breve lapso de tiempo que es la primavera sevillana, no se me ocurre un sitio mejor donde estar.

Esto, pero oliendo a azahar.


N. del A: Esta entrada llevaba un tiempo escrita, pero asuntos personales me han tenido alejado de blogs propios y ajenos. Espero ponerme pronto al día.